¿Desecularizar a los jóvenes?
19 octubre 2012
C
omo vengo analizando desde mi colaboración anterior y aunque parezca inverosímil, los dirigentes de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) quieren desecularizar a la juventud, pretenden que la Iglesia católica recupere la hegemonía de la educación para construir un proceso inverso al de la modernización de México.
Diversos indicadores confirman la secularización de las nuevas generaciones: en los recientes 10 años, la tasa de jóvenes no creyentes se duplicó (de 4 a 8 por ciento), al igual que la tasa de uniones libres (de 7 a 14 por ciento) y de divorcios (de 7.4 a 13.9 por ciento), al tiempo que bajó la de casamientos (de 46 a 40). El uso de anticonceptivos sigue aumentando (70 por ciento de jóvenes de 15 a 19 años utilizaron alguno en su primera relación sexual); sin embargo, se registra un retroceso en el aumento de 2 por ciento en madres menores de 18 años y un incremento del abuso sexual a personas menores (Fuentes: Encuesta Juventud 2010, Censo 2000 y 2010, y ver nuestra colaboración del pasado 7 de septiembre, en este diario).
Realmente se necesita tener valor y confiar mucho en la fuerza del Vaticano y en el mensaje de Cristo para que la CEM haya llegado a proponer al Presidente saliente, a las autoridades de la Secretaría de Educación y a los líderes del SNTE el proyecto Educar para una Nueva Sociedad.
El proyecto anuncia una emergencia educativa que padece México, y que debería de obligar a todos a recuperar la dimensión religiosa en las instituciones públicas, como único camino para rescatar a las nuevas generaciones
antes de que nos lo vayan a reclamar con vehemencia y acritud.
Los mitrados denuncian la mentalidad antinatalista de los libros de texto, porque
promueven agendas que inducen a conductas sexuales que violentan el legítimo derecho de los padres a educar a sus hijos de acuerdo a sus valores, les molesta que no se precise que
existe una auténtica persona humana al momento de la fecundación abriendo la posibilidad de utilizar supuestos anticonceptivos que en realidad tienen un potencial abortivo explícito. Reclaman que no se regule sobre la importancia de que
el acto sexual tiene su ámbito natural y justo sólo en el matrimonio entre un varón y una mujer, y que las uniones entre personas del mismo sexo no pueden equipararse a las uniones matrimoniales.
“De parte de la Iglesia urge brindar atención y acompañamiento a los maestros y especialmente a quienes, siendo católicos, desempeñan su trabajo en las escuelas laicas –privadas y públicas–. La evangelización necesita volverse de manera explícita, camino educativo permanente, la cruz del sacrificio es la cátedra suprema de su enseñanza y ejemplo: Jesucristo y María no son figuras del pasado sino verdaderos acontecimientos que nos interpelan en el presente. La Guadalupana es el mensaje amable y el lenguaje simbólico de la imagen de rostro mestizo de Santa María de Guadalupe, que compartía los dolores y esperanzas de su pueblo. En los espacios oficiales es preciso dar testimonio de vida coherente como cristianos y anunciar de manera racional, razonable y respetuosa la verdad que hemos encontrado. Es preciso que todos como sociedad participemos en los espacios creados para que los contenidos de programas y libros de texto puedan reflejar no una ideología parcial y tendenciosa sino una verdadera propuesta educativa”.
“Es necesario que los maestros católicos en las escuelas oficiales no sean víctimas de la fácil tentación que consiste en reducir la vida de fe a la práctica privada y dejar en manos de la normatividad civil su labor como educadores
La pedagogía de Dios es reconocer que la Iglesia católica está a favor de la educación sexual de los niños y los jóvenes, la escuela oficial nunca debería cerrar la puerta a los valores trascendentes y a una justa libertad religiosa.
¿Es posible que la sociedad mexicana regrese a las ideas de la mitad del siglo XIX? ¿Se puede revertir el pensamiento de cinco generaciones que se han formado en un marco de educación laica y que han replegado la religión al ámbito privado? ¿Es viable echar atrás más de cuarenta años de una política de población y educación sexual que llegó a moderar la tasa de crecimiento y a extender la capacidad de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos? ¿Se pueden borrar tres décadas de movilización por la defensa de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres y jóvenes?