sábado, 14 de julio de 2012

Liminal 13 de julio del 2012 En vez de vivir una celebración, después de la elección participamos de un ritual de aflicción: procesos judiciales de impugnación y megamarchas contra la imposición en todo el país. Somos partícipes de un rito de paso para acompañar un cambio en la situación social de México (¿restauración o transformación?), y de un cambio de estatus de dos personajes principales: Andrés Manuel López Obrador y Enrique Peña Nieto. Los grandes cambios no sólo dependen de dos personas, pero ellos representan dos fuerzas que se oponen y que al estar polarizadas obligan a todos los actores a tomar un rol en el escenario político. El primero atraviesa la transición de candidato a líder histórico, y el segundo quiere pasar de candidato a presidente impuesto. Por lo pronto han librado la primera fase, separados de la multitud fueron presentados a la sociedad a través de mensajes simbólicos en campañas electorales: “El cambio verdadero está en tus manos” o “Este es mi compromiso y tú sabes que lo voy a cumplir”. Ahora se atraviesa el momento más difícil: la etapa liminal. Se trata de la fase más confusa y ambigua de un rito de paso, porque al experimentarla no se posee ningún atributo del estatus pasado ni del futuro, por el momento nadie está arriba, y para llegar, hay que experimentar lo que es estar abajo, hay que ocupar el lugar de la oscuridad. Se trata de una fase peligrosa y de grandes riesgos, hay que demostrar el poder de lo débil o el poder de la debilidad: el de la humildad, el compromiso con el pueblo, el valor de la democracia. El pueblo no sólo atestigua: es un actor clave del ritual que ha salido a peregrinar a las calles. El comportamiento de la ciudadanía es también expresión de la liminalidad: estando abajo, en el lugar de la desgracia y con el menor estatus, reclama su posición de fuerza (“Somos el quinto poder”), representa el impulso moral de la sociedad. La ciudadanía ha ejercido un papel ejemplar en este proceso electoral: una importante mayoría acudió a votar a las urnas, a contar y llenar actas, se organizó en diversos movimientos para vigilar el proceso electoral. Después vino la desilusión y salieron a las calles. Hay quienes salieron a reclamar mentiras, como la falta o menor saldo en su tarjeta de Soriana; son muchos los engañados. Para mi gusto, los exégetas del ritual electoral han sido los tuiteros y los chicos del #YoSoy132; de acuerdo con su percepción, interpretan y explican el sentido de los símbolos y las tramas entre el IFE (“Instituto del Fraude Electoral”) y los medios (“Apaga la tele, enciende el cerebro”), el de los comerciantes (“Soriana, aprende, la patria no se vende”) y los gobernadores (“No a la imposición”). Han sabido capitalizar previas movilizaciones sociales: las de las víctima de Atenco, del SME, del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, y de resistencia de Morena, entre otros. Los periodistas están jugando el papel del etnógrafos: analizan el rito desde su posición ideológica, como sujetos ubicados realizan investigaciones que compensan y sustituyen la falta de acción de las instituciones encargadas, de los lentos y pasivos actores de la Fepade, del tribunal electoral. Como árbitro y restaurador del equilibrio, el IFE atraviesa también un túnel sombrío; debe responder a las impugnaciones del proceso electoral para ganarse la confianza de la ciudadanía. Desde el lugar de la hegemonía, los locutores de la televisión juegan el papel que tenían los bufones en las monarquías: plebeyos que comen con la realeza desde un lugar incierto, porque no son ni políticos ni ciudadanos, pero tienen permiso de burlarse de la contienda, siempre y cuando se sometan a la voluntad del rey impuesto. La Iglesia no está callada, está abajo y arriba. Por un lado el padre Solalinde, importante defensor de los derechos humanos de los migrantes, cuestiona el papel del IFE y de los poderes fácticos para “imponer candidatos”, pide al propio PRI desmantelar el priato para poder iniciar una renovación y poder alcanzar un país verdaderamente democrático, les recomienda realizar un acto de reconocimiento de sus errores y pedir perdón. “Siempre apostamos por un país democrático donde la voluntad del pueblo se pueda expresar realmente, no que un poder fáctico pueda imponer candidatos e inclusive pueda tener bancadas en el Congreso”. Pero al mismo tiempo los cardenales emulan al candidato impugnado, Norberto Rivera representa a la realeza y no le gusta la impugnación, ruega para que se evite dividir al país, ya quiere pasar la página e imponer su agenda política. Sus huestes de la sociedad civil, como el Comité Nacional Provida, están atacando la campaña del condón que actualmente difunden el Conapo y la Secretaría de Salud, buscan comprometer a Peña Nieto con una agenda que valida la censura y que violenta el derecho a la información, se identifican con el primer candidato del PRI que es egresado de una escuela del Opus Dei, saben que cuentan con él. En algún momento saldremos del lugar críptico y liminal en que estamos. Nos falta superar la tercera fase del rito, la de la reincorporación y vuelta ¿a la restauración, o a la transformación?

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