sábado, 14 de julio de 2012
Libertad religiosa y cultura sexual
de abril 2012
En Viernes Santo hablemos del catolicismo. Uno de los múltiples ángulos desde los cuales puede analizarse la libertad religiosa, punto crucial a impulsar por el Papa en su reciente visita a México, son las implicaciones que puede tener para el ejercicio de una sexualidad libre. Como sabemos, la libertad religiosa se intentó incluir en la reforma al artículo 24 constitucional desde antes que viniera Joseph Ratzinger a México, toda vez que es parte de la agenda del Vaticano y del PAN desde hace tiempo, y del PRI desde la pasada contienda electoral de 2009. Por fortuna, el término no fue incluido en la redacción del artículo 24 que acaban de aprobar nuestros senadores, lo cual ocurrió gracias a que dos legisladoras y un legislador del PRD cambiaron en la iniciativa original el término de libertad religiosa por el de libertad de religión. Con ello evitaron que quedara en nuestra Constitución un concepto que para la jerarquía eclesial católica es permitir el proselitismo religioso en todo territorio e institución sin los límites que marca el Estado laico. Está por verse si esa sutil diferencia logra aminorar su impacto en nuestras políticas públicas.
Pero mi principal crítica no se centra en implicaciones tan certeras como que la libertad religiosa sustenta un proselitismo católico que desconoce los derechos de otros grupos religiosos y de los no creyentes, sino en la influencia sombría e inhumana que los conceptos católicos tienen en la cultura y forma de vivir la sexualidad, independientemente de la audiencia a quien se impongan.
La teología del cuerpo (2005) elaborada por Karol Wojtyla y Joseph Ratzinger es un referente normativo donde el cuerpo y las prácticas sexuales llegan a regularse con precisiones inéditas dentro de la larga tradición del linaje católico. Según la interpretación que hacen los dos pontífices, desde el Génesis está la raíz de la valoración del cuerpo y del acto sexual como algo sagrado: “El hombre llega a ser imagen de Dios no tanto en el momento de la soledad cuanto en el momento de la comunión; el encuentro sexual es una comunión corporal… puesto que el hombre y la mujer son seres encarnados cuyo cuerpo expresa a su persona; esta comunión de las personas incluye la dimensión de la comunión corporal por la sexualidad”. La comunión corporal es como la creación, como la obra divina. He aquí la significación del acto sexual: un acto de creación, un misterio y un sacramento que esconde lo espiritual y lo divino. De tal interpretación se desprende que recurrir a los anticonceptivos o al aborto es una expresión de soberbia, intervenir en la creación es “creerse Dios”. El sacramento sexual confirma a los sexos como seres complementarios y el rechazo a la homosexualidad: “Somos hombre y mujer, con la misma humanidad, pero la diferencia sexual nos identifica hasta la raíz de nuestro ser, permitiendo la complementariedad necesaria para la entrega de nosotros mismos”. Siguiendo el mismo texto, el pecado original se define como un pecado de soberbia que se relaciona con la desnudez y la vergüenza original. Adán y Eva, el hombre y la mujer que dieron origen a la humanidad al pecar de soberbia y creerse conocedores del bien y del mal, como si fueran Dios, comenzaron a avergonzarse de su desnudez y a querer cubrirse de la mirada del otro: la mirada sobre su cuerpo cambió instantáneamente en virtud del pecado, pasando de la transparencia de una comunión total a la vergüenza frente a lo que les hace hombre y mujer, diferentes y complementarios. Eso que los distingue, la zona genital, es un símbolo originario que cobra sentidos negativos e inaceptables: “la vergüenza de lo genital”. Por otro lado, la noción de “concupiscencia” contiene la idea del deseo o apetito sexual desordenado: “La fuerza del amor está injertada en el hombre insidiado por la concupiscencia, la cual está presente en el hombre y en la mujer después del pecado de los orígenes. Se trata de un perpetuo estado de insatisfacción insaciable, una fuerza incontrolable al cual es preciso oponer la virtud de la continencia, o el autodominio de sí”. La idea de una sexualidad tan difícil de controlar exige estrictas reglamentaciones, con lo cual se justifican reglas de castidad y virginidad, la valoración de la castidad como la riqueza que permite una comunicación más profunda, contiene un desprecio al erotismo y al placer que termina por denigrarlo. La entrega al placer sin fines reproductivos empobrece; en el caso de interrumpir un embarazo no deseado, los fetos toman significado de víctimas y criaturas inocentes con derecho a la vida; pero en cuanto nacen y crecen, los clérigos no reconocen los derechos de niños y niñas, porque asumirlos como personas menores, como sujetos con derecho a la información, a la educación sexual y a decidir sobre su cuerpo son prerrogativas que contradicen la idea de castidad y de continencia. Desde esas concepciones del cuerpo, los deseos y prácticas sexuales negadas por muchos jerarcas y ministros religiosos les llevan a confundir y a mostrar dificultades graves para comprender el sentido de una sexualidad libre y voluntaria en oposición a prácticas tan violentas y peligrosas, como la pederastia.
Es un hecho que la libertad religiosa erosiona el Estado laico, pero además puede vulnerar los derechos sexuales, porque es sustento de la educación laica, en la cual se apoya el ejercicio de una sexualidad sana y libre de discriminación y de violencia. Tal parece que los legisladores del PAN y del PRI no consideraron los derechos sexuales al reformar el 24 constitucional, ellos son las dos caras de la derecha mexicana.
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