/ 18 noviembre 2011
Las luchas feministas en México de 1910 a 2010 se relatan en Un fantasma recorre el siglo, libro coordinado por Gisela Espinosa Damián y Ana Lau Jaiven, de la Univeridad Autónoma Metropolitana-Xochimilco.
Como anuncia el título, se trata de un fantasma, de un cuerpo espiritual, un ánima, como esa que nos visitó el Día de Muertos, sólo que el feminismo se quedó visitándonos todo un siglo. Emile Michel Cioran nos ayuda a comprender a los fantasmas: “He escuchado, he visto y he tenido miedo: miedo de actuar por los mismos motivos o por cualquier otro motivo, de creer en los mismos fantasmas o en cualquier otro fantasma.… de delirar en común. (…) El Mal es en la misma medida que el Bien una fuerza creadora, aunque el Mal es el más activo de los dos. Pues con demasiada frecuencia el Bien haraganea. (…) Por malo o muy horrible que sea un monstruo, nos atrae secretamente, nos persigue, nos obsesiona. Representa, aumentadas, nuestra superioridad y nuestras miserias, nos proclama, es nuestro portaestandarte” (Breviario de podredumbre, 1991).
El feminismo es un movimiento que cuestiona el poder, y el miedo es aliado del poder. Se trata de mujeres muy peligrosas que quieren cambiar el régimen y terminar con las desigualdades; que exigen sus derechos, quieren ser libres y pretenden realizar sus deseos. Son un peligro para México, para decirlo en términos del siglo XXI.
Historiadoras de la Revolución Mexicana, del cardenismo, nos llevan a viajar hasta las primeras décadas del siglo pasado; luego paseamos por un conjunto de experiencias relatadas por las protagonistas que ilustran la diversidad de feminismos en tres décadas del neoliberalismo: las socialistas, las comunistas, las liberales, las sindicalistas, las ambientalistas, las indígenas, las académicas, las radicales. Voces de tantas y cuantas mujeres que actuaron por la igualdad de clase y de etnia, por la presencia de la mujer en la escuela, en el trabajo, en el campo, en el ámbito público, en los medios de comunicación, en las organizaciones civiles y en las instituciones gubernamentales; que libran las batallas del cuerpo, de la diversidad sexual, del aborto y la no violencia. En todos los artículos nos cuentan una historia en su contexto sin eludir las tensiones externas e internas. Un verdadero diccionario conceptual para quien quiera comprender cómo se han construido los conceptos ligados al género y al feminismo.
Sólo me detengo en algunos fascículos. Como el de Martha Eva Rocha sobre Feminismo y Revolución. Atractivas resultan las anécdotas de las mujeres que no temen tomar un rol masculino e irrumpir en el ámbito de la guerra, como enfermeras, soldaderas y soldados. Campesinas, maestras y mujeres de clase media ilustrada, poetas y periodistas organizadas en clubes y algunas en partidos. Indignadas por el fraude de 1910 organizan una campaña de oposición al gobierno de Porfirio Díaz. Hacen acopio de armas, son espías, se mueven con documentación cosida entre su ropa; denuncian crímenes y arbitrariedades. En 1911 llegaron a creer que en las urnas iba a darse el cambio. ¡Qué familiar nos suena todo eso! ¿Acaso estaremos viviendo circunstancias parecidas a las que propiciaron el levantamiento armado de hace un siglo?
También creían que la pluma era un arma de lucha. Hermila Galindo escribía en la revista La Mujer Moderna: “Hay que ampliar los horizontes sin descuidar el lugar de la mujer en la familia y en el hogar. Es necesario liberar a las mujeres de la tutela clerical, del fanatismo religioso, porque el instinto sexual es parte del amor maternal”. Ella pensaba que debía haber una sola moral para ambos sexos “porque la ciencia ha demostrado la existencia del deseo y del placer femenino”.
El artículo de Ana Lau Jaiven, Feminismo y sufragio, muestra que el ser excluidas no impidió a las mujeres de los años 20 ser intermediarias e influir en la política. En la lucha por el voto femenino fueron condescendientes, asumieron que no estaban preparadas, que había que darles educación antes de luchar por el derecho a votar. La nueva ola del feminismo comenzó en los 60, cuando la mujer accede a la educación superior, se comercializa la píldora anticonceptiva, triunfa la revolución cubana y se rechaza la guerra de Vietnam, cuando surge la revolución sexual y el rock and roll, la primavera de Praga, el 68 de México. Pero el feminismo civil no se visibilizó sino hasta la década de los 90; densas etnografías con informantes de todas las regiones del país dan testimonio de organizaciones de la sociedad civil que trabajan con una visión social y pedagógica.
Tantos años, tantas luchas para confirmar que el género cambia con la historia, pero se perpetúa en la cultura; que a los derechos económicos y sociales sólo han tenido acceso las mujeres de las clases media y alta; y que el sexo sigue señalando relaciones significantes de poder. ¿Se hubiesen logrado los mismos cambios sin el levantamiento armado de 1910? ¿Evitando el saldo de un millón de muertes?
Hoy las izquierdas reunidas en el Movimiento Progresista, heredero de la resistencia civil pacífica que encabezó Andrés Manuel López Obrador y de los gobiernos del Distrito Federal, apuestan por la vía legal, por un cambio de régimen por medio de las elecciones, sin más muertes. Vuelvo a Cioran: “El mundo está tan mal que hay que seguir un camino inverso al que hasta ahora hemos tomado”.
martes, 31 de enero de 2012
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