/ 2 diciembre 2011
Qué tanto puede contribuir la argumentación filosófica a la hora de hacer políticas públicas? ¿Qué de la filosofía puede ayudarnos a la construcción de la política sexual de este país? Estas preguntas me surgieron al escuchar a Carlos Pereda hablar Sobre el extraño oficio de hacer filosofía en América Latina, conferencia con la cual clausuró el homenaje a su persona organizado la semana pasada por el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM.
Sin tener credenciales para hablar desde la tradición filosófica y tomando el riesgo de simplificar la filosofía del doctor Pereda, corro esta aventura como un homenaje cariñoso. Porque pienso que contar con nociones básicas de su filosofía enriquecería las actividades de política sexual que realizamos las organizaciones civiles, mejoraría los debates académicos entre las y los compañeros antropólogos, los diálogos con demógrafos, médicos, sociólogos, sicólogos, pedagogos y demás; en especial, creo que nos permitiría abrir nuevas ventanas para el trabajo de gestión política con legisladores, políticos y activistas.
Entre sus críticas, Carlos Pereda enuncia el vicio de reducir la filosofía, así como los problemas políticos y morales, a discursos científicos y técnicos, tratarlos como si fueran “una entidad física”; en otras palabras, abordarlos como ciencia natural. Al transportar esa crítica al campo de la política sexual, la filosofía aparece como un marco necesario; no olvidemos que la sexualidad son normas, son ideas y regulaciones sobre los usos del cuerpo, y que el mismo discurso científico de “la sexualidad” ha intentado legitimar –desde la biología– una sola orientación sexual como válida y un género como el dominante por encima de otro. Como dijera Octavio Paz: “Nada más natural que el deseo sexual, y nada menos natural que las formas en que se manifiesta y se satisface”.
Las argumentaciones del profesor Pereda no son aburridas, por el contrario, tienen el don de provocar a la razón con gran amenidad. Así nos habla del fervor sucursalero, filósofos atrapados en el vicio colonial de escuchar siempre voces extranjeras y quedar cautivados en corrientes de pensamiento creadas en algún lugar lejano: las casas matrices del pensamiento. Ellos pueden pasar el resto de la vida paralizados repitiendo fórmulas aprendidas que poco a poco van perdiendo su contenido hasta que el trabajo se reduce a la administración de franquicias. La categoría de fervor sucursalero me lleva a confirmar la dificultad para construir teoría sexual desde América Latina, la necesidad de plantarse trabajos de largo alcance y de construir categorías que posiblemente nos permitirían comprender problemas de gran actualidad en la región: los feminicidios, los usos del cuerpo entre mujeres indígenas y cristianas, el abuso sexual en ambientes de corrupción y narcotráfico, por señalar los urgentes. Pero ¿cómo enfrentar el desafío de pensar por cuenta propia? ¿Cómo superar la afiliación a teorías construidas en situaciones lejanas? Se nos alerta además del afán de novedades a fin de evitar amurallarse en un autor o caer en la lógica consumista de “estar al día”, con riesgo de perder la posibilidad de mirar la circunstancia que nos rodea. ¿Cómo descolonizarse sin caer en entusiasmos nacionalistas?
Además, cualquiera puede ser presa de la razón arrogante, categoría de Pereda para referirse a quien le importa mucho mostrar su pertenencia a un lugar geográfico o herencia cultural, a una profesión o institución, a un movimiento social o partido político, y cuya filiación no sólo le demarca, ampara y reconforta, sino que desde esa adhesión recibe con desdén los deseos o creencias de quienes se oponen, una actitud prepotente que se resiste a las preguntas críticas y que puede llegar al extremo de inmunizar las propias ideas. Las feministas tendríamos que interpretar, por ejemplo, las razones de quienes piensan que hay equidad de género, y no solamente desdeñar sin más las disquisiciones en torno a normas y valores que nos molestan. La filosofía es también el arte de interrumpirse –afirma el profesor uruguayo y naturalizado mexicano–, es darse tiempo para argüir, indagar, para rexaminar una situación y asumir una no posición. La perspectiva de la extrañeza puede también tomar forma de razón porosa, una alternativa que ofrece hacerla permeable, no para cerrar las puertas sino para abrirlas.
Es una pena que en este país se prefiera la cerrazón y no se escuche a los filósofos. La Secretaría de Educación Pública realiza un “atentado” contra la enseñanza al rehusarse a incluir las disciplinas filosóficas en el bachillerato, tal como informó el Observatorio Filosófico de México. Habría que recuperar la ética en el Congreso, en las juntas del gabinete y de los gobiernos estatales, hacer que la lógica y la ética ordenen el trabajo legislativo y las políticas públicas. ¿Se puede detentar el poder desde la bondad y la austeridad? ¿Será posible acabar con la corrupción? Me temo que este no es un problema filosófico sino político, o tal vez está en el umbral de ambas esferas.
martes, 31 de enero de 2012
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