Ofrenda a los jóvenes
/ 4 de noviembre 2011
Mientras en México marcamos con pétalos de flores de cempasúchil el camino que siguieron más de 50 mil ánimas-víctimas de la guerra contra el narco al visitarnos en la avenida Reforma, al otro lado del mundo nació la habitante número 7 mil millones del planeta. El crecimiento acelerado de la población mundial comenzó en 1950, a raíz de reducciones en la mortalidad en las regiones menos adelantadas, lo cual redundó en una cantidad estimada en 6 mil 100 millones de personas en el año 2000, casi dos veces y media la población de 1950. Y a raíz de la disminución de la fecundidad en la mayor parte de la Tierra, la tasa mundial de crecimiento demográfico ha disminuido en el lapso 1965-1970.
Por eso el vigor que caracteriza a la población mundial es que la cuarta parte está constituida por jóvenes entre10 y 24 años de edad. Esta cohorte de jóvenes es la más grande que jamás haya existido. Por su tamaño y las condiciones en que vive la nueva generación se ha levantado en importantes movimientos sociales en distintos puntos planetarios: ha decidido indignarse frente a las extremas desigualdades y las precarias condiciones en que vive y en que muere.
Cada año fallecen 2.6 millones de jóvenes, la mayoría de estas muertes pudieron evitarse. Cerca de 97 por ciento se producen en países de bajos y medianos ingresos. Se trata del único grupo etario en el que no han disminuido las tasas de mortalidad. Traumatismos no intencionados y actos de violencia son los factores que más afectan a la juventud. Cada día mueren mil jóvenes por traumatismos causados por accidentes de tránsito; otras de las principales causas de fallecimiento son el homicidio, con 12 por ciento de las muertes de varones, y el suicidio, con 6 por ciento de las defunciones de hombres y mujeres jóvenes, según la Organización Mundial de la Salud.
En las causales de muerte, la diferencia por sexo es una variable significativa. Las primeras cinco causas de fallecimiento de los mexicanos de 15 a 19 años corresponden a muertes violentas: la primera causal es por accidentes de tránsito: 18.8 por cada 100 mil hombres adolescentes; la segunda, homicidios, cuya tasa alcanza 11.3; le siguen suicidios, con 7.3, ahogamiento y sumersión accidentales con 5.6, y como peatón en accidentes de tránsito mueren 4.4 por cada 100 mil adolescentes. Entre las jóvenes los accidentes de vehículos de motor son también primera causal, aunque con una tasa de 5.6; después están los suicidios, 2.7; la nefritis y nefrosis, 2.4, y la leucemia, 2.4. La muerte por homicidio ocupa el quinto lugar con una tasa de 2.1 por cada 100 mil adolescentes (Inegi, 2007).
La comprensión del origen de la violencia en los varones es una expresión central de la relación entre masculinidad y salud mental; en la actualidad hay que contextuarla en el narcotráfico, la corrupción y la pobreza creciente. Como expone Benno de Keijzer en su tesis doctoral sobre masculinidades, “la mayor parte de los varones son socializados dentro del modelo dominante de masculinidad que privilegia los valores de la fuerza, el manejo del poder y la autoridad, la superioridad sobre la mujer y sobre otros hombres. La socialización masculina no se reduce a la agresión hacia la mujer, la violencia entre hombres es un recurso para competir, subordinar y enfrentar o ‘solucionar’ conflictos, se ejerce hacia las mujeres, niños y niñas, hacia otros hombres y hacia el hombre mismo”. La subjetividad humana es una de las dimensiones críticas para la comprensión de la violencia y Kauffman –uno de los primeros teóricos del tema– insiste en que se analice a los hombres no sólo desde la crítica al poder, sino también desde el dolor.
El dolor surge precisamente de la misma fuente que el poder: la experiencia contradictoria que los hombres tienen del poder. La insensibilidad masculina, esa falta de capacidad para percibir una diversa gama de sentimientos, haría que tampoco puedan percibirlos en los demás, actúan desde una coraza, ya que muchos hombres se sienten encerrados en sí mismos, tienen el deseo de acercarse a otras personas, pero se sienten incapaces. Como si durante el proceso de crecimiento hubieran aprendido a dejar atrás su ser emocional. Muy articulado al manejo de los afectos están las diversas funciones que cumple el alcohol en la vida de los hombres, sustancia que facilita la expresión de muy variados sentimientos y elemento privilegiado para transgredir normas comunitarias. Otro factor es la relación con el padre, la ausencia paterna por muerte, separación o abandono, y la presencia excesiva en términos de violencia y autoritarismo: ser testigo de la violencia en la infancia es un predictor de la violencia futura. Esto opera en forma de espejo en las mujeres que sufrieron abuso en la infancia y que de adultas sufren depresión. Para que el hombre cambie necesita aceptar y superar su propia violencia y ser flexible, aprender a vivir con cierto nivel de ambigüedad, porque al ser flexible acepta que el mundo y las personas que lo rodean pueden tomar decisiones inesperadas, en muchos casos opuestas a las suyas (Masculinidad, violencia, resistencia y cambio, CRIM/UNAM, 2010).
Los políticos tendrían que hacer una revisión de la influencia de los patrones dominantes y violentos de masculinidad a la hora de tomar las decisiones, y tal vez algún día dejemos de colocar en nuestras ofrendas a tantas víctimas de la violencia.
martes, 31 de enero de 2012
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