25 de marzo de 2011
Duele, duele en lo más profundo ver en lo que se han convertido los partidos políticos: son escombros, despojos que compiten con las imágenes dantescas que estos días nos llegan desde el norte de Japón.
El PRD no es ninguna excepción, las intestinas luchas por la presidencia en su Consejo Nacional parecen olvidar la función de los partidos políticos. Como partido de izquierda, tendría que encarnarse como una organización definida por la clase trabajadora, y por los excluidos, que son las masas de hoy. Pero está muy lejos, el partido ha perdido su base social, su orientación ideológica y hasta su estructura organizativa, por mencionar tres de las condiciones que, para Gramsci, definen un partido político. El posicionamiento ante los problemas de la sociedad, ante la inseguridad y la violencia, la desigualdad social, el retroceso en los derechos laborales y la derechización del país brillan por su ausencia en las tribus del PRD. No funcionan democráticamente sino burocráticamente, ejecutan pero no deliberan.
Lo que más duele es la falta de proyecto. Tal vez por eso nos levantó el ánimo el nuevo proyecto de nación que expuso Andrés Manuel López Obrador el domingo pasado en el Auditorio Nacional, el mismo día que en un hotel de Reforma se definía la mesa directiva del PRD, entre agresiones y desacuerdos violentos. La forma en que AMLO presentó el proyecto expresa un fondo político: recordaba su investidura como jefe de Gobierno del Distrito Federal y no como líder de la resistencia civil; formalmente vestido, habló con la seguridad de quien ha ejercido el poder público y ha ejecutado un programa gubernamental, esta vez con una propuesta que busca generar una revolución intelectual y moral, papel que Gramsci esperaba de un partido político. Fui testigo de un acto realizado de manera ordenada, organizada y pacífica, en la que un grupo de 35 intelectuales estaban sentados a espaldas del líder respaldando un proyecto que yo caracterizaría como integral y frontal a los principales problemas nacionales. Con elocuencia y conocimiento de causa, cinco oradores expusieron un proyecto más centrado en la promoción de los derechos económicos y sociales que en los culturales, pero increíblemente bien articulados: Armando Bartra, Víctor Flores Olea, Rogelio Ramírez de la O, Héctor Díaz Polanco y Raquel Sosa, minoría de mujeres, en el grupo total y en el de oradores, insisto, en política la forma es fondo, una desigualdad que señalo críticamente. Lorenzo Meyer, a quien tengo una especial admiración, no habló, recibió aplausos del público y él también aplaudía, selectivamente, ante algunas de las 50 acciones indispensables para la regeneración nacional que expuso AMLO. El entusiasmo no sólo se conectaba con la emoción individual sino con una esperanza colectiva que nos hacía falta: las ganas de cambiar el mundo. Lo nuevo del actual proyecto de nación es que fue corregido con base en las propuestas del proyecto alternativo en 100 foros de consulta estatales y sectoriales; observo asuntos que no estaban: la revolución de las conciencias y la restauración de la ética política inspirada en las ideas de Adolfo Sánchez Vázquez, la estrategia para la seguridad y en contra de la violencia, así como el rescate del derecho a la felicidad; les invito a leer directamente el texto original que ya está en venta en las librerías.
Aquí quiero llamar la atención sobre algunos asuntos muy puntuales, en especial los relativos a fortalecer el poder de la sociedad civil y el de los derechos humanos. Se habla de una nueva filosofía de vida que comience desde la micropolítica doméstica y alcance la organización comunitaria partiendo de las experiencias propias y de otros países de América Latina; se busca acceso universal al bienestar sin requisitos de formación académica, condición de género o racial, de idioma o de edad, de preferencia sexual, moral o política.
En el apartado número 10, que aborda el bienestar social y el derecho a la felicidad, celebro el rescate de este último derecho, del cual no se hablaba desde tiempos de George Washington o de José Martí. Se basa en reconocer el desmontaje del Estado y la disminución del gasto social que se encrudeció desde los años 80. Para garantizar el bienestar y la felicidad de los hombres y mujeres que habitan el territorio nacional se plantea la necesidad de refundar las instituciones públicas del país. Garantizar la vida desde el nacimiento hasta la muerte en condiciones aceptables, ojo, afirmar “desde el nacimiento” es reconocer que antes no hay titularidad como persona, lo cual sustenta el derecho a la maternidad voluntaria y se opone a las visiones de la derecha que defienden la vida “desde el momento de la concepción”. En seguida están todos los derechos económicos y sociales, se propone también garantizar el ejercicio de plenos derechos para las mujeres, los niños y los jóvenes, particularmente respecto a su integridad, seguridad y bienestar. Raquel Sosa habló del derecho de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos, precisión que no apareció ni en el discurso de AMLO ni en la propuesta escrita, lo cual convendría precisar y darle mayor relevancia, porque los derechos sexuales y reproductivos siguen quedándose cortos en la propuesta.
Las 50 acciones son virtud de un proyecto que no se queda en “el qué” sino que incluye “el cómo”, sin embargo quedan abiertas algunas cuestiones: ¿Cómo fortalecer una política de bienestar en una economía globalizada y dependiente de transacciones internacionales de una sociedad mundial? ¿Cómo reconstruir el Estado social, cuando el Estado globalizado es más autoritario, cuando ha perdido su función como regulador del mercado y de los medios? ¿Tendríamos que inventar un nuevo sistema que sea independiente del Estado y de los partidos?
lunes, 25 de abril de 2011
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