Hoy resulta difícil pensar que la vía electoral pueda ser un camino para mejorar este cuerpo tan debilitado y tan herido, este México que desayuna y merienda entre miserias y narcofosas.
Debo confesar, sin embargo, que me levantó el ánimo la foto de Cuauhtémoc Cárdenas con Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard, juntos apoyando la candidatura de Alejandro Encinas para gobernar el estado de México. Se trata de cuatro personas hacia quienes siento una gran admiración, no por su simpatía personal ni por sus discursos, sino por lo que han hecho, por lo que han logrado en la ciudad de México. Durante 14 años crearon y sostuvieron una política social consistente y de vanguardia, y han convertido este territorio en uno de los mejores sitios para vivir.
Estoy enamorada de mi ciudad pero no de los buenos políticos. Mi admiración por esos personajes no me ciega para identificar sus errores y defectos; son seres humanos y producto de sus circunstancias, pero no son santos, por fortuna. ¡Dios nos libre de que un santo nos gobierne! Todos vienen de “la vieja izquierda del PRI”, de “una izquierda de centro”, con excepción de Encinas –cuya trayectoria es más consistente, ¡él nunca se manchó con esas siglas!–. Cada uno fue rompiendo, en diferentes momentos, con ese partido que en 70 años llegó a perfeccionar los métodos más sofisticados de corrupción, manipulación y abuso del poder. Creo que muy pocos políticos de otros partidos tienen la estatura para gobernar con la honestidad y compromiso con que ellos y sus equipos lo han hecho.
Aquí voy a referirme a asuntos que incumben a mi especialidad: los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres y de la juventud. Cuauhtémoc fue pionero: comenzó la lucha contra las desigualdades, desde el poder que le dimos los chilangos en 1997, cuando nos dejaron por primera vez elegir en las urnas a nuestro jefe de Gobierno en el DF; sólo tuvo tres años para crear una nueva política social más que asistencial, para fortalecer el Estado laico y empezar a marcar distancia con la visión de las derechas –las del PRI y las de los obispos–, quienes marcaban la pauta en el DF. Su programa fortaleció los derechos civiles y culturales de los ciudadanos, concretó en proyectos comunitarios reales las relaciones entre gobierno y sociedad civil, creó el primer Instituto de las Mujeres del país (desde entonces, los derechos de las mujeres han venido evolucionando de manera ejemplar). López Obrador tuvo casi seis años para desplegar un proyecto muy propositivo con base en los logros alcanzados por el ingeniero Cárdenas al frente de la ciudad. AMLO mantuvo al Instituto de las Mujeres sin mayores energías que las que le imprimieron las funcionarias a cargo, sus intereses estuvieron mucho más volcados en las becas para adultas y adultos mayores y madres solteras, en la fundación de escuelas preparatorias y planteles de nivel universitario, en la creación de empleos mediante la inversión en múltiples obras de la ciudad (el segundo piso, el Metrobús, etcétera). Escuela y empleo para la juventud, ejes que todos sabemos son estructurales para el desarrollo, y para evitar la violencia y el crimen, incluyendo el organizado; tal como se señala en el actual movimiento encabezado por Javier Sicilia. La comunidad gay, o LGBTI, no le perdona haber vetado la iniciativa para la Ley de Sociedades de Convivencia, su política excluyó a las y los jóvenes de la diversidad sexual, una comunidad que es víctima hasta de asesinatos por orientación sexual. A Encinas le tocó bailar con la más fea, creo que sólo él pudo mantener la paz en esa lucha de clases que representó el campamento de resistencia civil del Paseo de la Reforma, un movimiento que sostuvimos los chilangos “sin un vidrio roto”. Marcelo Ebrard hereda un Estado muy fortalecido por todas las políticas sociales ya institucionalizadas en el sexenio anterior, ancianos, estudiantes, jóvenes trabajadores, mujeres con servicios en todas las delegaciones. A Marcelo no le tembló la mano para abordar temas muy controversiales: el derecho al aborto y al matrimonio entre parejas del mismo sexo, una política de vanguardia, acorde a los retos del siglo XXI.
Sí, hay diferentes estilos en estos líderes, pero en lo sustancial no hay diferencias estructurales. Ellos mostrarían madurez y compromiso ético, al firmar un proyecto común que articule sus aciertos y apoyar a un solo candidato que lo suscriba y sea democráticamente elegido; están obligados a superar sus ambiciones y protagonismos personales, un defecto común a todos. Ese nuevo proyecto tendría que ser producto de la consulta constructiva, con las organizaciones civiles, con la ciudadanía, con los movimientos sociales.
Porque la clase política y los partidos se han encargado de desilusionarnos, Cárdenas, López Obrador, Encinas y Ebrard tienen hoy la oportunidad de cambiar y ayudarnos a levantar a México, aunque todavía no se vea con claridad si habrá luz al final de este túnel.
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