Hablar del odio es tocar lo más negativo y sombrío del ser humano, “desear el mal” es un sentimiento que puede ser controlado o que puede ser exaltado, y que puede conducir a diversas formas de violencia. Anders Behring Breivik odia a cualquiera que sea del Islam, odia al que no sea extremista o cristiano como él, odia al gobierno de Noruega, odia al que piensa distinto… pero sobre todo “odia”.
El contexto de la violencia generalizado que se vive en el país y los recientes hallazgos de mujeres asesinadas de manera violenta son expresiones del odio que nos rodea. Ello nos lleva a reconocer cuando el Estado realiza un acto para contrarrestar las más extremas formas de violencia. De acuerdo con la definición del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio (OCNF), éste se define como aquellos asesinatos de mujeres que resultan de la violencia ejercida contra ellas por su condición de género. Se trata de asesinatos violentos de mujeres cometidos por la misoginia, la discriminación y el odio hacia este género, donde familiares o desconocidos realizan actos de extrema brutalidad sobre los cuerpos de las víctimas, en un contexto de permisividad del Estado. La noción de feminicidio incluye tanto los crímenes cometidos dentro de la esfera “privada” como “pública”.
Los estados donde se registró un mayor número de feminicidios de enero a diciembre de 2010, según cifras del OCNF, son: Chihuahua con 446 casos, 225 en el estado de México, 111 en el Distrito Federal, Sinaloa con 108 y Quintana Roo con 89 casos.
El pasado 29 de junio la Asamblea Legislativa del Distrito Federal aprobó la tipificación del feminicidio como delito autónomo y de acreditación objetiva. Dicha aprobación responde a la reciente reforma constitucional en materia de derechos humanos, que eleva a rango constitucional el cumplimiento de las obligaciones adquiridas por el Estado mexicano establecidas en tratados internacionales, específicamente en materia de discriminación y violencia contra las mujeres. Esta reforma es resultado del compromiso por parte del Instituto de las Mujeres del DF, del Gobierno del DF, de la Procuraduría General de Justicia del DF, la Comisión de Feminicidio, el Tribunal Superior de Justicia del DF y del trabajo en conjunto con las organizaciones de la sociedad civil, quienes el pasado 8 de marzo presentaron la iniciativa de ley, ahora aprobada, para tipificar el feminicidio y establecer los lineamientos mínimos para la investigación eficaz de estos crímenes en la ciudad de México.
La importancia de la reforma estriba no sólo en elevar las penas, sino en que da un tratamiento integral y especializado a este tipo de conductas. Obliga a la creación de protocolos de investigación con perspectiva de género (resolutivo 18 de la sentencia Campo Algodonero). Obliga a la Procuraduría General y al Tribunal Superior de Justicia del DF a capacitar continuamente al personal encargado de implementar los protocolos de investigación pericial, ministerial y policial. Obliga a la creación de un banco de datos de información genética de mujeres desaparecidas o asesinadas no identificadas (resolutivo 21 de la sentencia Campo Algodonero), lo cual permitirá que sean buscadas mujeres que están consideradas como desaparecidas o ausentes, a través de los registros de ADN de víctimas de feminicidio no identificadas, muchas de las cuales están relacionadas con secuestros y con la trata de personas con fines de explotación sexual, pornográfica o tráfico de órganos. Además se contribuye en garantizar a las mujeres el acceso a la justicia en los procedimientos penales, que antes de esta reforma eran entorpecidos por prácticas discriminatorias por parte de los operadores de justicia.
La homofobia es otra forma de odio. Christian Iván Sánchez Venancio, activista e integrante de la Coordinadora para la Diversidad Sexual del PRD-DF, es la más reciente víctima de un crimen de odio; fue asesinado con brutalidad quien se distinguió por luchar por los derechos humanos de la comunidad homosexual en la ciudad.
Hoy hasta los procesos electorales exaltan el odio, entre candidatos y partidos, particularmente en las redes electrónicas; aun entre militantes de un mismo partido o de la misma tendencia política, el lenguaje del odio también propicia el odio. En la actualidad parece difícil recuperar la capacidad de diálogo, respetar el disenso y hacer críticas argumentadas que permitan expresar la indignación.
Los feminicidios, los crímenes de odio y un acto terrorista como el de Oslo tendrían que llevarnos a pensar cuáles son las condiciones del mundo actual que están propiciando la exaltación del odio y la violencia. ¿Serán las guerras? ¿El narcotráfico? ¿Armar a los ciudadanos? ¿Abusar del poder? ¿La corrupción? ¿La discriminación? ¿Las grandes migraciones? ¿La profundización de desigualdades sociales? ¿La impunidad? Yo no lo sé, pero estos factores conforman el nuevo coctel que tragamos cada día.
viernes, 29 de julio de 2011
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