Dos Méxicos: dos formas de vivir la adolescencia
24 de septiembre 2010
La salud reproductiva de las adolescentes mexicanas va en retroceso, en especial en las zonas más pobres del país. Existen diferencias significativas en la incidencia, tendencia y características del embarazo adolescente según el estrato socioeconómico de pertenencia. El embarazo adolescente se concentra en los estratos bajos (74 por ciento), las mujeres con menor escolaridad y mayoritariamente rurales. Si se ampliaran las opciones de vida, si hubiese acceso a mayor escolaridad, más oportunidades de trabajo extradoméstico y menor sometimiento femenino, la edad de la unión conyugal y del primer embarazo se pospondría y disminuirían los embarazos adolescentes (C. Stern y C. Menkes, “Embarazo adolescente y estratificación social”, Salud reproductiva y condiciones de vida en México, El Colegio de México, 2008).
En la etapa adolescente, la desigualdad social se vincula con el estancamiento del desarrollo individual y familiar, y es un mecanismo de reproducción de la pobreza. Bien dice Erik Erikson que la adolescencia es un lujo social; puede ser una etapa de elección vocacional y conformación de un papel ante el mundo, si y solo si se tiene acceso a la escuela y condiciones para postergar la vida conyugal y laboral.
Esa desigualdad es un rasgo que no se ha podido superar ni con la Independencia de México ni con la Revolución, sino que ha venido subrayándose con las limitadas políticas públicas del siglo XX, y está volcándose contra las adolescentes en los albores del siglo XXI. Los avances en el acceso a más altos niveles educativos han sido lentos, pero se acompañaron de una política de población consistente y transexenal que había logrado reducir la fecundidad adolescente a la mitad en 30 años. Sin embargo, esa tendencia se estancó y algunos indicadores se fueron para atrás.
Un estudio recientemente publicado muestra la enorme diferencia en los niveles de pobreza, educación, condiciones generales de vida y comportamiento sexual, marital y reproductivo, entre las áreas más desarrolladas del país (la ciudad de México, Baja California, Nuevo León) y las de mayor pobreza (Chiapas, Guerrero, Hidalgo, Oaxaca y Veracruz). Pareciera que hay dos naciones dentro de México, una que está accediendo a la modernización y otra que está en rezago. Las mujeres mexicanas se casan más tarde que en otros países de América Latina y, comparativamente, pocas lo hacen durante la adolescencia, pero las diferencias regionales en el interior del país son grandes. En 2006, 12 por ciento de las mujeres mexicanas en las edades 15-19 se había casado, aproximadamente 16 por ciento en áreas rurales, y 11, en zonas urbanas. El Distrito Federal fue por mucho la región con la proporción más baja de mujeres adolescentes alguna vez casadas (6 por ciento), mientras la región del sureste tuvo la proporción más alta (18 por ciento). En algunas áreas y estados, el matrimonio antes de los 16 años no es un suceso aislado. Del total de mujeres de 20-24 años encuestadas en 2006, 8 por ciento se había casado antes de cumplir 16 años; la proporción fue de 15 en las zonas rurales y de 7 en las urbanas. En el Distrito Federal, esta proporción fue de 6 por ciento y en la región sureste de 17.
El retroceso se observa claramente en que el uso de anticonceptivos ha declinado entre las mujeres unidas del grupo de edad 15-24. En 2006, 53 por ciento utilizaba algún método anticonceptivo, una proporción 5 puntos más baja que la registrada en 1997. El Distrito Federal fue la única región donde no bajó el uso de anticonceptivos, y ahora que existe el acceso al aborto por decisión de la mujer, es probable que se reduzcan aquí tanto los embarazos no deseados como el número de madres adolescentes. Las necesidades no satisfechas de anticoncepción entre las mujeres casadas de 15-24 años son elevadas y están aumentando: en 2006 eran de 31 por ciento, mientras que en 1997 eran de 23. En números absolutos, entre las mujeres mexicanas de 15-19 años, cerca de 835 mil han tenido un hijo a los 18 años o más jóvenes, y al comparar las encuestas de 1997 y 2006 se hace evidente un incremento de 2 por ciento de mujeres que tuvo un hijo antes de los 18 años. (Fátima Juárez, et al., Las necesidades de salud sexual y reproductiva de las adolescentes en México: retos y oportunidades. Guttmacher Institute, enero 2010).
El atraso era de esperarse con 10 años del PAN al frente del gobierno federal: han declinado los servicios de salud en el sector público, ha disminuido el presupuesto para la salud reproductiva y la inversión en educación sexual; por si fuera poco, las campañas preventivas en los medios de comunicación han desaparecido.
Las cifras de salud reproductiva son una cara más de esa enorme desigualdad tan evidente entre quienes festejan con ostentación el bicentenario de la Independencia y quienes siguen flotando sobre aguas negras para sobrevivir y esperar ayuda humanitaria, ante el paso de los huracanes y las tormentas tropicales.
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